Este domingo celebramos uno de los misterios más grandes de nuestra fe, justamente nos recuerda nuestra finitud y la extraordinaria grandeza de Dios, que va más allá de lo que el raciocinio humano puede comprender. El dogma de la Santísima Trinidad, como todos los dogmas del cristianismo, no es fruto del capricho de unas autoridades eclesiásticas deseosas de cargar con intricadas teorías la vivencia de fe del pueblo. Lejos de eso, responde al deseo genuino de custodiar las verdades de fe contenidas en la biblia, que nos permiten apropiarnos de aquello que Dios ha querido revelarnos de sí mismo y en este mismo proceso descubrir quiénes somos.
El texto del evangelio (Mt 28,16-20) tiene muchos matices, pero hay uno que nos interesa particularmente este domingo; la fórmula trinitaria con la que son enviados a bautizar los apóstoles: «...bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). De aquí se pueden deducir dos cosas: la comunidad a la que dirige san Mateo su evangelio tiene un proceso de iniciación cristiana en dos fases; una catequesis y luego el bautismo. Segundo, en esa comunidad ya hay una cierta compresión del misterio de la Trinidad que queda reflejado en la fórmula bautismal. Así también aparece evidenciada la aceptación de este misterio de fe en los saludos litúrgicos que san Pablo utiliza en sus cartas (cf.2 Cor. 13,13; 1Cor 12,4-6; Ef 4,4-6) y en muchos otros textos de la Escritura. Como se decía al inicio, la definición dogmática declarada en los concilios no vino a crear el misterio de fe, sino que con el auxilio de términos de la filosofía, defendió la verdad de fe contenida ya en las Sagradas Escrituras de las múltiples herejías que fueron surgiendo con el tiempo.
El entonces cardenal Ratzinger explica:
Aun antes de la creación del mundo, Dios es ya amor entre Padre e Hijo. Puede hacerse padre nuestro y medida de toda paternidad por una razón: es padre desde toda la eternidad. En la oración de Jesús se nos hace visible la intimidad misma de Dios, el modo mismo de ser de Dios.
… el Padre y el Hijo no se unen de tal forma que se disuelvan el uno en el otro. Continúan correspondiéndose, pues el amor se funda en la correspondencia, que no se elimina. Si ambos permanecen cada cual él mismo y no se eliminan mutuamente, entonces su unidad tampoco puede estar en cada uno de ellos, sino en la fecundidad, en la que cada uno se da y es él mismo. Son uno merced a que su amor es fecundo, merced a que los rebasa a ambos. En el tercero, en el que se dan a sí mismos, en el don, son cada cual él mismo y son uno.
Ahora bien, ¿cómo nos puede ayudar esta celebración en nuestro diario vivir? En Nicaragua celebramos este 30 de mayo el día de las madres, la figura del Dios Trinitario es también la de padre-madre. ¿No hemos roto acaso la figura paternal y maternal de Dios con nuestras mezquindades humanas? Se hace preciso que fijemos nuestra mirada en la paternidad y maternidad de Dios, y para eso necesitamos sentirnos verdaderos hijos de él, solo así podremos corresponder y restaurar la imagen rota de Dios que hay en nosotros.
Necesitamos volver a confiar en la figura del padre y de la madre, experimentando en nuestras vidas la riqueza de ser hijos de Dios. Así restaurado el presupuesto humano nos acercaremos también confiados a un Dios que es padre y madre, sabiéndonos hijos en el Hijo e impulsados por la acción del Espíritu.
W. Roiz, 30 de mayo de 2021
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